AUTOBIOGRAFÍA DE UN SI MISMO DESPOJADO DE UN YO
EGOLÁTRICO
ENCONTRADO
EVENTUALMENTE EN UN MANUSCRITO NUNCA PUBLICADO
Hay una definición del término “biografía” que dice
“Historia de la vida de una persona” y el biógrafo que la narra es el “escritor
de vidas particulares”. Ahora me formulo la siguiente pregunta ¿siempre las
biografías deben ser lo que le ocurrió a otros? ¿Pero qué sucede cuando
pretendemos hacer referencias a acontecimientos que nos pertenecen exclusivamente
a nosotros mismos? ¿Qué lugar ocupa un relato de esa naturaleza? ¿Puedo
incluirlo dentro de la definición de autobiografía “vida de una persona contada
por sí misma”? ¿Es una historia objetiva o pertenece a los más recónditos
laberintos de la subjetividad? ¿Son la recopilación de retazos de pensamientos
de lo que he pensado en otros momentos y que los actualizo en este preciso
momento y que pertenecen a mi historia personal puedo reunirlos en una historia
llamada de vida? Estimulado por estas preguntas y sin la más mínima pretensión
que de esclarecerme a mí mismo, me aboqué a recordar esas quimeras pasadas
experimentadas como pensamientos que permanecían aletargados en algún lugar de la mente que llamamos
“memoria” y que cobran presencia en actos de reminiscencia, como decía Platón.
Así que me centralicé
en mi propia mente, donde incesantemente
se agitaban los pensamientos sin tener una dirección determinada. ¿Era
necesario construir una historia, algo que lindara con lo fantástico o frenar el curso mental como dice Patánjali
y reunirlos en un solo pensamientos; el primero que surgiera de ese vacío que
no sabemos su nombre pero que hemos bautizado con el nombre de subconsciente? Y sin ningún esfuerzo se hizo presente el por
qué, esa oculta pregunta que siempre dispone de nosotros para que argumentemos y nuestro pensar tenga
una orientación y un fundamento coherente para no quedar expuestos ante
inadmisibles absurdos, donde los demás pensamientos pasan a ser víctimas de sus
propias contradicciones. Y sin darme mucha cuenta que me había metido en el
mundo que había confeccionado con mis “razones” y con las “razones” que otros
sin proponérselo me impusieron, despojando a las cosas de su propia sustancia y
sumergir a mi mente en el reino de lo abstracto. Con tantos “por qué”, recorrí
un lapso de tiempo, sin tener conciencia que había alejado a lo épico de mi
vida y que lo cotidiano se convirtió en lo que siempre fue, un mundo monótono y
repetitivo carente las más de las veces de sentido, donde mi existencia se
fijaba en un quehacer penetrado de barullo y perplejidad. A cuestionar ese mundo
apuntaron las obras literarias tanto de Camus como de J.P.Sartre, mostrándome
el absurdo de un presunto orden del mundo, construido en la nadería de
relaciones humanas desprovistas de grandeza y desiertas de elecciones vitales,
que sólo llevaban a disolverse en una propiedad aparente y desprovista de
valores que de acuerdo con mi interpretación,
hundían a la condición humana en
un letargo existencial. Si bien todo aparecía como una elucubración literaria,
creo que con en este discurrir me fui alejando de la cuestión de los “por
qué” y de la banalidad que presuntamente
rodeaba a mi existencia y ahuyenté mis propios espectros, quedando penetrado por
una concepción existencial que apuntara a la autenticidad. Esa elección
conformó en su momento mi mundo juvenil haciéndolas verdades cuasi absolutas,
donde todo se presentaba como un horizonte de transformaciones esenciales que
evocadas en un presente no podría
asegurar ahora, si han quedado incumplidas
o siguen perteneciendo a esa cosa que pienso permanentemente y que se
pone por delante de mis morros como la zanahoria del burro para que siga
tirando del carro y que se llama realización. Y en esa atmósfera existencial fui
construyendo mi historia de vida
tratando de superar los monótonos actos cotidianos, dándole el significado que
realmente tienen desde la vida misma, poniendo entre paréntesis, aquello que
viene del aparente éxito, tan en boga en el ideario de nuestra cultura
mediática.
Ahora me vuelvo a
preguntar ¿Deben figurar en una biografía, esos aparentes e insustanciales períodos que componen una
existencia humana particular? ¿Acaso una existencia anónima vale la pena ser
comentada? ¿Sólo son válidas las biografías de quiénes trascendieron el
anonimato? Por eso concluyo este
pensamiento errático que surgió espontáneamente
y sin la apoyatura de una significativa trascendencia del yo y que
realmente cuesta aceptar cuando ese yo se sustrae, de que en realidad “no somos
nadie” como dijo alguien que también prefirió estar en el anonimato.
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