EL DÍA QUE
ME ENCONTRÉ CON BLANCHOT
Había llegado a una
encrucijada. La pregunta me daba vueltas por la cabeza. ¿Qué significa
escribir? Sin muchas pretensiones hasta ese momento había intentado traducir
algunos pensamientos míos expresados en artículos, comentarios, algunas
reflexiones filosóficas, y también en historias expresadas en forma de cuentos,
pero no me había surgido la inquietud de formularme semejante pregunta. Así
formulada la cuestión me llevaba a otro plano. Hasta ese momento escribir
estaba ligado a poder exteriorizar ciertos estados interiores y reflejarlos en
alguna historia que tomara forma dentro de un lenguaje armónico, sometido a
ciertas reglas. En otras oportunidades trataba de hacer un poco de hermenéutica
e interpretar ciertos hechos y traducirlos en algún comentario para que
tuvieran algún destino periodístico. Y circunstancialmente y sin proponérmelo
de manera consciente me topé con Maurice Blanchot. Tengo que confesar que hasta
ese momento no había leído absolutamente nada de este autor. Una de las
primeras cosas que me impactó fue que la literatura y en general la obra de
arte es un efecto del lenguaje y en su esencia realiza el deseo del lenguaje y
trata de manifestar por medio de las palabras el sentido del ser, pero en la
búsqueda de ese sentido y ese ser permanente se produce un abismo e irrumpe
algo manifestado por Heidegger que es el olvido de ese sentido del ser. Es como
que ese sentido se desfondara y en este presente se produjera una ausencia de
la presencia de lo que es. Es como si las cosas flotaran en una negrura y les
faltara la significación que le da la fosforescencia de la luz Parafraseando a
Heidegger el lenguaje es la casa del ser.
Otra idea que desarrolla Blanchot es el problema de la relación del Ego
y el Otro. ¿Cómo establecer un puente que haga salir del Yo individual a lo
social comunitario? ¿Cómo salimos del Yo
para relacionarnos con lo Otro? Hubo varios intentos pero todos fallidos dentro
del idealismo. La consciencia fue el gran obstáculo a pesar de los intentos de
Hegel de sustituirlo con el argumento de la consciencia amo-esclavo y la
doctrina de la alienación. Sin embargo en Blanchot el problema continúa y dice
en uno de sus textos que “sólo el hombre me es absolutamente extraño” y hay un
puente tendido entre el Yo y el nosotros que se encuentra suspendido sobre un abismo. Generalmente lo
desconocido no es el ser del otro sino que para Blanchot lo desconocido es el
hombre mismo. El hombre se juega en el desconocimiento de sí mismo y naufraga en su propia opacidad.
Otro tema interesante que desarrolla Blanchot es la relación del hombre
con el mundo. ¿Qué es el mundo? Dice que el mundo es el señorío de la ley,
donde se entablan las luchas por el poder, la violencia, la necesidad y de la
comunicación. Es el lugar donde se revela el tiempo y la consumación del
tiempo, donde reina la finitud y la muerte y principalmente la negación como
manifestación de la nada. El hombre sostiene su existencia en el mundo, como
dice Blanchot “en la afirmación de un mismo día” y la realización de sus
proyectos pero amparados por la negatividad representada con la muerte. La idea
central reside en que Blanchot convierte a la negación y a la muerte en tiempo
y el escritor pregunta por ese instante supremo imposible de superar y que
resulta un límite para toda posibilidad. Heidegger habla de la muerte como “la
imposibilidad de toda posibilidad”
Y concluye Blanchot que la función de la escritura es obedecer a la
ilusión de narrar esa constante insatisfacción humana de querer aprisionar un
fondo inmutable donde no hay nada más que un abismo sin fondo.
HÉCTOR
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