martes, 13 de septiembre de 2016

EL DÍA QUE ME ENCONTRÉ CON BLANCHOT
                         Había llegado a una encrucijada. La pregunta me daba vueltas por la cabeza. ¿Qué significa escribir? Sin muchas pretensiones hasta ese momento había intentado traducir algunos pensamientos míos expresados en artículos, comentarios, algunas reflexiones filosóficas, y también en historias expresadas en forma de cuentos, pero no me había surgido la inquietud de formularme semejante pregunta. Así formulada la cuestión me llevaba a otro plano. Hasta ese momento escribir estaba ligado a poder exteriorizar ciertos estados interiores y reflejarlos en alguna historia que tomara forma dentro de un lenguaje armónico, sometido a ciertas reglas. En otras oportunidades trataba de hacer un poco de hermenéutica e interpretar ciertos hechos y traducirlos en algún comentario para que tuvieran algún destino periodístico. Y circunstancialmente y sin proponérmelo de manera consciente me topé con Maurice Blanchot. Tengo que confesar que hasta ese momento no había leído absolutamente nada de este autor. Una de las primeras cosas que me impactó fue que la literatura y en general la obra de arte es un efecto del lenguaje y en su esencia realiza el deseo del lenguaje y trata de manifestar por medio de las palabras el sentido del ser, pero en la búsqueda de ese sentido y ese ser permanente se produce un abismo e irrumpe algo manifestado por Heidegger que es el olvido de ese sentido del ser. Es como que ese sentido se desfondara y en este presente se produjera una ausencia de la presencia de lo que es. Es como si las cosas flotaran en una negrura y les faltara la significación que le da la fosforescencia de la luz Parafraseando a Heidegger el lenguaje es la casa del ser.
                      Otra idea que desarrolla Blanchot es el problema de la relación del Ego y el Otro. ¿Cómo establecer un puente que haga salir del Yo individual a lo social comunitario?  ¿Cómo salimos del Yo para relacionarnos con lo Otro? Hubo varios intentos pero todos fallidos dentro del idealismo. La consciencia fue el gran obstáculo a pesar de los intentos de Hegel de sustituirlo con el argumento de la consciencia amo-esclavo y la doctrina de la alienación. Sin embargo en Blanchot el problema continúa y dice en uno de sus textos que “sólo el hombre me es absolutamente extraño” y hay un puente tendido entre el Yo y el nosotros que se encuentra  suspendido sobre un abismo. Generalmente lo desconocido no es el ser del otro sino que para Blanchot lo desconocido es el hombre mismo. El hombre se juega en el desconocimiento  de sí mismo y naufraga en su propia opacidad.
                     Otro tema interesante que desarrolla Blanchot es la relación del hombre con el mundo. ¿Qué es el mundo? Dice que el mundo es el señorío de la ley, donde se entablan las luchas por el poder, la violencia, la necesidad y de la comunicación. Es el lugar donde se revela el tiempo y la consumación del tiempo, donde reina la finitud y la muerte y principalmente la negación como manifestación de la nada. El hombre sostiene su existencia en el mundo, como dice Blanchot “en la afirmación de un mismo día” y la realización de sus proyectos pero amparados por la negatividad representada con la muerte. La idea central reside en que Blanchot convierte a la negación y a la muerte en tiempo y el escritor pregunta por ese instante supremo imposible de superar y que resulta un límite para toda posibilidad. Heidegger habla de la muerte como “la imposibilidad de toda posibilidad”
                    Y concluye Blanchot que la función de la escritura es obedecer a la ilusión de narrar esa constante insatisfacción humana de querer aprisionar un fondo inmutable donde no hay nada más que un abismo sin fondo.

HÉCTOR

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