miércoles, 9 de noviembre de 2016

HUIR
Huir del laberinto insensato de las palabras vacías
Huir de las muchedumbres amontonadas en las calles
Huir de los espacios saturados de hojalata móvil
Huir de los pensamientos cosificados en recuerdos de situaciones inútiles.
Huir de los límites estrechos de las insidiosas artimañas de los curadores de almas.
Huir del pensar que nos dejan detenido en ideas sin prolongaciones a lo trascendente.
Huir  de la trivialidad hueca del gesticular sin ningún sentido.
Huir del despojo de las infamias de la calumnia.
Huir de los torturadores que envenenan  la vida celebrando el dolor.
Huir sin dejar huellas que permitan reflejar la pesadumbre de los sin por qué
Huir del silencio enfermizo y adentrarse en el silencio que nos proyecta a otros mundos.
Huir de los insensatos y refugiarse en los que albergan sabiduría.
Huir no es de cobardes sino disponerse para dar el salto a otra dimensión.

                                               HÉCTOR.

martes, 13 de septiembre de 2016

SUEÑO 
Oigo una voz: “Sígueme, te mostraré lo que está preparado para ti, para que puedas pasar de las tinieblas a la luz”. Aparece un reloj. Las manecillas giran rápidas. Detrás del reloj se dibujan unas figuras semejantes a monjes budistas tibetanos frente a una computadora y al costado unos gruesos códices manuscritos, un libro de Arthur Clark y otro de Baudrillard. Las caras de los monjes se descubren atónitas. Toda esta escena rodeada de un cielo nocturno, donde las estrellas se van apagando lentamente. El sueño rápidamente se esfumó y el estado de vigilia me devolvió a esa dura cama en que cada noche encomendaba mi cuerpo. Traté por todos los medios de mantener las imágenes del sueño en mi mente despierta, ya que su espejismo me había dejado bastante consternado, vislumbrando en esas imágenes un profundo simbolismo, más rayano a una visión, que a un simple sueño. Era evidente que la lectura de Baudrillard, el día anterior, me había dejado bastante pensativo. Los nueve mil millones de nombres de Dios, tarea que los monjes budistas, durante siglo habían asumido escribir en los códices, se adherían a un anuncio que profetizaba, de que al completarlos, el fin del universo estaría sellado. El tiempo real en que se consumaría la tarea se extendería indefinidamente, por la lentitud del procedimiento y con ello también la duración del universo. Pero el cuento de Arthur Clark le destinó una computadora, con técnicos de IBM bastantes incrédulos de las opiniones de los monjes budistas. Los nombres de Dios surgieron vertiginosamente en la pantalla del ordenador y en un corto lapso de tiempo, la nómina se completó. Y los consternados monjes y técnicos empezaron a observar como las estrellas se iban apagando una a una. Toda esta historia se había adueñado de mis pensamientos que surgieron a borbotones desde mi inconsciente, dispuestos en imágenes que fui recomponiendo en una ardua tarea, tratando de ordenarlos en un todo coherente. Pero me surgía una pregunta ¿qué fondo oscuro ocultaba el sueño? ¿Qué otra cosa querría decirme? ¿Tendría que recurrir a un analista para qué lo interpretara? Como sigo siendo abstemio al psicologismo, traté de darme yo mismo una explicación. Varias ideas se encontraban ocultas y me empeciné en descifrar esas imágenes-signos. La idea primordial fue la de tiempo. El tiempo era un rasgo invisible en que se movió silenciosamente la construcción del sueño, aunque sabemos que la experiencia del tiempo no se hace manifiesto en los sueños. Es algo que rescato desde mi conciencia del sueño. La otra idea que atisbo es el pasaje de las tinieblas a la luz. Y por último rescato, la idea de término y de fin, apareada a la idea de caducidad de los cuerpos y por qué no a la extinción de mi propio cuerpo, se compendiaban en esa concepción apocalíptica, en la cual descubriendo el último nombre del Ser absoluto, como lo abarcador y ordenador del universo, los entes individuales se desvanecerían sumergidos en esa totalidad. Esas nociones explicativas fueron bastante tranquilizadoras para mí. Eran los devaneo del pensamiento filosófico abstracto transpuesto en imágenes y ficciones literarias arrancadas de la mística. Me propuse darle forma de cuento o narración escrita, que llevaría por título LOS SUEÑOS QUE OTROS CREAN, DESOCULTAN MIS PROPIOS SUEÑOS. También me pedirían que escriba una sucinta biografía: El autor nació en un apartado pueblo de la Provincia de Bs. As. , fue llevado desde muy pequeño a vivir en un barrio del Gran Buenos Aires, donde pasó toda su juventud y que a pesar de los grandes esfuerzos que realizó, nunca alcanzó plenamente la madurez. Trató de estudiar filosofía en forma sistemática en las sedes oficiales destinados a tal efecto, pero nunca llegó a concretar un título que lo habilitara como filósofo pensante. Las causas se ignoran, pero según algunos se debieron a su mente poco práctica, mientras que otros se lo adjudican por haber seguido el camino de malgastar el precioso tiempo de estudio, en construir fantasías utópicas en sombríos bares del suburbio bonaerense. Lo que sí, queda establecido, que se refugió en Miramar y en la actualidad emplea sus ocios, alternando sus quimeras con prolongados períodos contemplando el mar, teniendo la sospecha, que el nombre del Espíritu absoluto permanecerá oculto y que el afán de los humanos por revelarlo será infructuoso, y que tendrán que conformarse con perseguirse a sí mismos, a través de sus propios sueños
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EL DÍA QUE ME ENCONTRÉ CON BLANCHOT
                         Había llegado a una encrucijada. La pregunta me daba vueltas por la cabeza. ¿Qué significa escribir? Sin muchas pretensiones hasta ese momento había intentado traducir algunos pensamientos míos expresados en artículos, comentarios, algunas reflexiones filosóficas, y también en historias expresadas en forma de cuentos, pero no me había surgido la inquietud de formularme semejante pregunta. Así formulada la cuestión me llevaba a otro plano. Hasta ese momento escribir estaba ligado a poder exteriorizar ciertos estados interiores y reflejarlos en alguna historia que tomara forma dentro de un lenguaje armónico, sometido a ciertas reglas. En otras oportunidades trataba de hacer un poco de hermenéutica e interpretar ciertos hechos y traducirlos en algún comentario para que tuvieran algún destino periodístico. Y circunstancialmente y sin proponérmelo de manera consciente me topé con Maurice Blanchot. Tengo que confesar que hasta ese momento no había leído absolutamente nada de este autor. Una de las primeras cosas que me impactó fue que la literatura y en general la obra de arte es un efecto del lenguaje y en su esencia realiza el deseo del lenguaje y trata de manifestar por medio de las palabras el sentido del ser, pero en la búsqueda de ese sentido y ese ser permanente se produce un abismo e irrumpe algo manifestado por Heidegger que es el olvido de ese sentido del ser. Es como que ese sentido se desfondara y en este presente se produjera una ausencia de la presencia de lo que es. Es como si las cosas flotaran en una negrura y les faltara la significación que le da la fosforescencia de la luz Parafraseando a Heidegger el lenguaje es la casa del ser.
                      Otra idea que desarrolla Blanchot es el problema de la relación del Ego y el Otro. ¿Cómo establecer un puente que haga salir del Yo individual a lo social comunitario?  ¿Cómo salimos del Yo para relacionarnos con lo Otro? Hubo varios intentos pero todos fallidos dentro del idealismo. La consciencia fue el gran obstáculo a pesar de los intentos de Hegel de sustituirlo con el argumento de la consciencia amo-esclavo y la doctrina de la alienación. Sin embargo en Blanchot el problema continúa y dice en uno de sus textos que “sólo el hombre me es absolutamente extraño” y hay un puente tendido entre el Yo y el nosotros que se encuentra  suspendido sobre un abismo. Generalmente lo desconocido no es el ser del otro sino que para Blanchot lo desconocido es el hombre mismo. El hombre se juega en el desconocimiento  de sí mismo y naufraga en su propia opacidad.
                     Otro tema interesante que desarrolla Blanchot es la relación del hombre con el mundo. ¿Qué es el mundo? Dice que el mundo es el señorío de la ley, donde se entablan las luchas por el poder, la violencia, la necesidad y de la comunicación. Es el lugar donde se revela el tiempo y la consumación del tiempo, donde reina la finitud y la muerte y principalmente la negación como manifestación de la nada. El hombre sostiene su existencia en el mundo, como dice Blanchot “en la afirmación de un mismo día” y la realización de sus proyectos pero amparados por la negatividad representada con la muerte. La idea central reside en que Blanchot convierte a la negación y a la muerte en tiempo y el escritor pregunta por ese instante supremo imposible de superar y que resulta un límite para toda posibilidad. Heidegger habla de la muerte como “la imposibilidad de toda posibilidad”
                    Y concluye Blanchot que la función de la escritura es obedecer a la ilusión de narrar esa constante insatisfacción humana de querer aprisionar un fondo inmutable donde no hay nada más que un abismo sin fondo.

HÉCTOR
AUTOBIOGRAFÍA DE UN SI MISMO DESPOJADO DE UN YO EGOLÁTRICO
 ENCONTRADO EVENTUALMENTE EN UN MANUSCRITO NUNCA PUBLICADO
                              Hay una definición del término “biografía” que dice “Historia de la vida de una persona” y el biógrafo que la narra es el “escritor de vidas particulares”. Ahora me formulo la siguiente pregunta ¿siempre las biografías deben ser lo que le ocurrió a otros? ¿Pero qué sucede cuando pretendemos hacer referencias a acontecimientos que nos pertenecen exclusivamente a nosotros mismos? ¿Qué lugar ocupa un relato de esa naturaleza? ¿Puedo incluirlo dentro de la definición de autobiografía “vida de una persona contada por sí misma”? ¿Es una historia objetiva o pertenece a los más recónditos laberintos de la subjetividad? ¿Son la recopilación de retazos de pensamientos de lo que he pensado en otros momentos y que los actualizo en este preciso momento y que pertenecen a mi historia personal puedo reunirlos en una historia llamada de vida? Estimulado por estas preguntas y sin la más mínima pretensión que de esclarecerme a mí mismo, me aboqué a recordar esas quimeras pasadas experimentadas como pensamientos que permanecían aletargados  en algún lugar de la mente que llamamos “memoria” y que cobran presencia en actos de reminiscencia, como decía Platón.
                            Así que me centralicé en mi propia mente, donde  incesantemente se agitaban los pensamientos sin tener una dirección determinada. ¿Era necesario construir una historia, algo que lindara con lo fantástico  o frenar el curso mental como dice Patánjali y reunirlos en un solo pensamientos; el primero que surgiera de ese vacío que no sabemos su nombre pero que hemos bautizado con el nombre de subconsciente?  Y sin ningún esfuerzo se hizo presente el por qué, esa oculta pregunta que siempre dispone de nosotros  para que argumentemos y nuestro pensar tenga una orientación y un fundamento coherente para no quedar expuestos ante inadmisibles absurdos, donde los demás pensamientos pasan a ser víctimas de sus propias contradicciones. Y sin darme mucha cuenta que me había metido en el mundo que había confeccionado con mis “razones” y con las “razones” que otros sin proponérselo me impusieron, despojando a las cosas de su propia sustancia y sumergir a mi mente en el reino de lo abstracto. Con tantos “por qué”, recorrí un lapso de tiempo, sin tener conciencia que había alejado a lo épico de mi vida y que lo cotidiano se convirtió en lo que siempre fue, un mundo monótono y repetitivo carente las más de las veces de sentido, donde mi existencia se fijaba en un quehacer penetrado de barullo y perplejidad. A cuestionar ese mundo apuntaron las obras literarias tanto de Camus como de J.P.Sartre, mostrándome el absurdo de un presunto orden del mundo, construido en la nadería de relaciones humanas desprovistas de grandeza y desiertas de elecciones vitales, que sólo llevaban a disolverse en una propiedad aparente y desprovista de valores que de acuerdo con mi interpretación,  hundían a la  condición humana en un letargo existencial. Si bien todo aparecía como una elucubración literaria, creo que con en este discurrir me fui alejando de la cuestión de los “por qué”  y de la banalidad que presuntamente rodeaba a mi existencia y ahuyenté mis propios espectros, quedando penetrado por una concepción existencial que apuntara a la autenticidad. Esa elección conformó en su momento mi mundo juvenil haciéndolas verdades cuasi absolutas, donde todo se presentaba como un horizonte de transformaciones esenciales que evocadas  en un presente no podría asegurar ahora, si han quedado incumplidas  o siguen perteneciendo a esa cosa que pienso permanentemente y que se pone por delante de mis morros como la zanahoria del burro para que siga tirando del carro y que se llama realización. Y en esa atmósfera existencial fui construyendo mi historia  de vida tratando de superar los monótonos actos cotidianos, dándole el significado que realmente tienen desde la vida misma, poniendo entre paréntesis, aquello que viene del aparente éxito, tan en boga en el ideario de nuestra cultura mediática.
                             Ahora me vuelvo a preguntar ¿Deben figurar en una biografía, esos aparentes  e insustanciales períodos que componen una existencia humana particular? ¿Acaso una existencia anónima vale la pena ser comentada? ¿Sólo son válidas las biografías de quiénes trascendieron el anonimato? Por eso concluyo  este pensamiento errático que surgió espontáneamente  y sin la apoyatura de una significativa trascendencia del yo y que realmente cuesta aceptar cuando ese yo se sustrae, de que en realidad “no somos nadie” como dijo alguien que también prefirió estar en el anonimato.
                      

                          

sábado, 30 de abril de 2016

LA INTERPRETACIÓN
                                       Todas las cosas quieren perseverar en su ser
                                                        Baruch Spinoza

                         Tener vivencias, archivarlas en la memoria y luego recordarlas pero
con la intención de narrarla, son actos de la consciencia, que se superponen unos con
otros, que se dan simultáneamente pero que son corolario de tiempos diferentes. El
acto de evocarlos se convierte en algo mágico, donde se conjugan el pasado, visto
desde un presente bajo la lupa de la interpretación. Revolviendo papeles, guardados en
un armario con destino al cesto de residuos, rescaté esta historia, que no dudo en
considerarla mal narrada, pero que en el momento de ser escrita me reintegraron a
hechos que tal vez quería olvidar, pero que a no dudarlo conformaban mi historia y me
arrojaban sin proponérmelo a configurar un retazo de eso que llamamos nuestra
identidad. Hoy mi óptica de los acontecimientos ha cambiado y me había propuesto
modificar el relato, pero resolví dejarla como lo había redactado, a la espero de que
otras renovaciones interpretativas filtren las imágenes fijadas en esa historia ya
concluida y construyan otra historia tal vez mejorada en el estilo pero que conserva
en esencia las vivencias de hechos, que sólo a mí me sucedieron o quizá imaginé que
me sucedieron.

                                        UN DÍA DISTINTO
Se había despertado temprano. Esa mañana no era como las mañanas de todos los días. Exteriormente las cosas conservaban las mismas formas y estaban dispuestas como las había dejado la noche anterior, pero transfiguradas por un raro sortilegio. Era una rara sensación interna. Algo había cambiado en lo mas profundo de su ser. Se sonrió y recordó que tal vez, había pasado por la misma experiencia que transitó el primer hombre, cuando por un arrebato de curiosidad por acceder a lo desconocido, comió del fruto del conocimiento y debido a ese extraño delirio, perdió el paraíso; siendo arrojado a un mundo árido y amenazante; permutando eternidad por tiempo e infinitud por finitud. El ser un desconocido para sí mismo fue el precio de su pecado, quedándole grabadas en las profundidades de su inconsciente el ansia de trascender y el anhelo de ser como dioses. Inmerso en estas reflexiones caminó por las calles aún desiertas, aspirando profundamente el aire fresco de esa mañana. Por un momento trató de distraerse y dejar libre a su mente de esos pensamientos. Le fue imposible. Y como embargado por un raro hechizo su mente volvió a enmarañarse en el mito bíblico. Nuevamente sonrió, y recordó que junto con la pérdida originaria, también hubo una promesa. Al hombre se le daba la oportunidad de reconquistar la felicidad perdida, pero para ello debería hacer arduos sacrificios. Recordó las muchas explicaciones que había leído sobre el tema. Así habían nacido al amparo del pensamiento religioso, las creencias milenaristas y como contrapartida secularizada, las utopías de la modernidad. Dudó. ¿ Por qué se detenía en esos pensamientos? Estas meditaciones lo llevaron por los extraños túneles de la mente, a la década del 60. El recuerdo se volvió nostalgia, mientras evocaba aquellos días en que recorría incesantemente los pasillos de la facultad de humanidades, buscando en la filosofía motivos que justificaran la razón de la existencia. Algunos la habían encontrado en los gritos, en los graffity en las paredes y en los tumultos estudiantiles, reclamando esperanzados, que era necesario que la imaginación llegara al poder, para establecer una nueva tierra y un nuevo cielo. Mientras tanto, la guerra fría amenazaba con ponerse caliente y con el disparate atómico, convertir al planeta en un desierto inhabitable; en el ínterin, los satélites comenzaban a llevar en sus entrañas el extraño sueño de conquistar el cosmos; y Vietnam pasaba a ser un encuentro preliminar. El remover la historia posterior lo estremeció profundamente. Recordó como la utopía se tiño de sangre y horror por estas latitudes; y los milenarismos comenzaron a profetizar la destrucción total del planeta, con su correspondiente juicio final. Respiró nuevamente Y por más que trató de bucear en sus recuerdos, no encontró en su memoria, el momento preciso en que la modernidad se trocó en posmodernidad. Él también tenía sus reparos; estos pensamientos lo llevaron a evocar un párrafo de Heidegger, que lo habían marcado profundamente “ Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan “experimentar”, simultáneamente el atentado a un rey, en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación- entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué?- ¿hacia dónde? ¿Después qué?”. Cómo si despertara de un sueño, retornó al presente. Volvió a respirar hondo y fijó su mirada en el infinito. Este era su primer día en el tercer milenio; las celebraciones apenas habían terminado. Vislumbró que el tiempo de Dios aún no había llegado; la historia todavía estaba en manos del hombre. Se pregunto a sí mismo, si los interrogantes de Heidegger tendrían hoy vigencia. Sabía que el preguntar no altera la naturaleza de las cosas, sino que pertenecen más bien a la interioridad del que pregunta. Recordó que alguien dijo “ el tiempo se acaba cuando las cosas están plenas de ser”. Ese tiempo no había llegado. Movió la cabeza y balbuceó para sí mismo, que contra todo presagio, todavía el hombre sigue siendo para sí, un signo indescifrado.
HÉCTOR

Me

miércoles, 24 de febrero de 2016

                                                       
                                                      "DESNUDO"  grabado-técnica taco perdido