sábado, 30 de abril de 2016

LA INTERPRETACIÓN
                                       Todas las cosas quieren perseverar en su ser
                                                        Baruch Spinoza

                         Tener vivencias, archivarlas en la memoria y luego recordarlas pero
con la intención de narrarla, son actos de la consciencia, que se superponen unos con
otros, que se dan simultáneamente pero que son corolario de tiempos diferentes. El
acto de evocarlos se convierte en algo mágico, donde se conjugan el pasado, visto
desde un presente bajo la lupa de la interpretación. Revolviendo papeles, guardados en
un armario con destino al cesto de residuos, rescaté esta historia, que no dudo en
considerarla mal narrada, pero que en el momento de ser escrita me reintegraron a
hechos que tal vez quería olvidar, pero que a no dudarlo conformaban mi historia y me
arrojaban sin proponérmelo a configurar un retazo de eso que llamamos nuestra
identidad. Hoy mi óptica de los acontecimientos ha cambiado y me había propuesto
modificar el relato, pero resolví dejarla como lo había redactado, a la espero de que
otras renovaciones interpretativas filtren las imágenes fijadas en esa historia ya
concluida y construyan otra historia tal vez mejorada en el estilo pero que conserva
en esencia las vivencias de hechos, que sólo a mí me sucedieron o quizá imaginé que
me sucedieron.

                                        UN DÍA DISTINTO
Se había despertado temprano. Esa mañana no era como las mañanas de todos los días. Exteriormente las cosas conservaban las mismas formas y estaban dispuestas como las había dejado la noche anterior, pero transfiguradas por un raro sortilegio. Era una rara sensación interna. Algo había cambiado en lo mas profundo de su ser. Se sonrió y recordó que tal vez, había pasado por la misma experiencia que transitó el primer hombre, cuando por un arrebato de curiosidad por acceder a lo desconocido, comió del fruto del conocimiento y debido a ese extraño delirio, perdió el paraíso; siendo arrojado a un mundo árido y amenazante; permutando eternidad por tiempo e infinitud por finitud. El ser un desconocido para sí mismo fue el precio de su pecado, quedándole grabadas en las profundidades de su inconsciente el ansia de trascender y el anhelo de ser como dioses. Inmerso en estas reflexiones caminó por las calles aún desiertas, aspirando profundamente el aire fresco de esa mañana. Por un momento trató de distraerse y dejar libre a su mente de esos pensamientos. Le fue imposible. Y como embargado por un raro hechizo su mente volvió a enmarañarse en el mito bíblico. Nuevamente sonrió, y recordó que junto con la pérdida originaria, también hubo una promesa. Al hombre se le daba la oportunidad de reconquistar la felicidad perdida, pero para ello debería hacer arduos sacrificios. Recordó las muchas explicaciones que había leído sobre el tema. Así habían nacido al amparo del pensamiento religioso, las creencias milenaristas y como contrapartida secularizada, las utopías de la modernidad. Dudó. ¿ Por qué se detenía en esos pensamientos? Estas meditaciones lo llevaron por los extraños túneles de la mente, a la década del 60. El recuerdo se volvió nostalgia, mientras evocaba aquellos días en que recorría incesantemente los pasillos de la facultad de humanidades, buscando en la filosofía motivos que justificaran la razón de la existencia. Algunos la habían encontrado en los gritos, en los graffity en las paredes y en los tumultos estudiantiles, reclamando esperanzados, que era necesario que la imaginación llegara al poder, para establecer una nueva tierra y un nuevo cielo. Mientras tanto, la guerra fría amenazaba con ponerse caliente y con el disparate atómico, convertir al planeta en un desierto inhabitable; en el ínterin, los satélites comenzaban a llevar en sus entrañas el extraño sueño de conquistar el cosmos; y Vietnam pasaba a ser un encuentro preliminar. El remover la historia posterior lo estremeció profundamente. Recordó como la utopía se tiño de sangre y horror por estas latitudes; y los milenarismos comenzaron a profetizar la destrucción total del planeta, con su correspondiente juicio final. Respiró nuevamente Y por más que trató de bucear en sus recuerdos, no encontró en su memoria, el momento preciso en que la modernidad se trocó en posmodernidad. Él también tenía sus reparos; estos pensamientos lo llevaron a evocar un párrafo de Heidegger, que lo habían marcado profundamente “ Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan “experimentar”, simultáneamente el atentado a un rey, en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación- entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué?- ¿hacia dónde? ¿Después qué?”. Cómo si despertara de un sueño, retornó al presente. Volvió a respirar hondo y fijó su mirada en el infinito. Este era su primer día en el tercer milenio; las celebraciones apenas habían terminado. Vislumbró que el tiempo de Dios aún no había llegado; la historia todavía estaba en manos del hombre. Se pregunto a sí mismo, si los interrogantes de Heidegger tendrían hoy vigencia. Sabía que el preguntar no altera la naturaleza de las cosas, sino que pertenecen más bien a la interioridad del que pregunta. Recordó que alguien dijo “ el tiempo se acaba cuando las cosas están plenas de ser”. Ese tiempo no había llegado. Movió la cabeza y balbuceó para sí mismo, que contra todo presagio, todavía el hombre sigue siendo para sí, un signo indescifrado.
HÉCTOR

Me

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