BORGES Y LOS LABERINTOS DEL INFINITO.
El místico Alanus de Insulis concibió lo absoluto como una
esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
Esa tarde estaba desocupado. Daba vueltas por
mi habitación sin tener un objetivo preciso de lo que quería hacer. Sin embargo
y sin dudar me dirigí al armario donde
guardo mis libros y comencé a examinar
los textos que plácidamente descansaban
en los estantes, a la espera de que alguien se aventurara a leerlos. Mi vista
se detuvo en el Aleph de Borges. ¡Cuántos gratos momentos, se amontonaban en mi
memoria conectada con la historia de ese
cuento! Los recuerdos me llevaron a los
días de juventud, donde caminar por las calles de Buenos Aires resultaba
una placentera quiebra en una rutina que terminaba poblada de múltiples ceremonias mentales, que generalmente se entrelazaban con algunos zarandeados pensamientos
filosóficos, que incontables veces y sin
quererlo, giraban alocadamente por mi cabeza,
tratando de desentrañar sus recónditos significados. Recuerdo que aquella fría tarde del mes de
junio sin proponérmelo deliberadamente, mis
pasos se dirigieron hacia la calle Garay.
Bruscamente me detuve y en un inesperado chispazo irreflexivo, se me hizo
presente el cuento el Aleph. Mi marcha
se detuvo frente a una vieja mansión, que por su aspecto se me presentaba abandonada y haciendo un puente
imaginario relacioné que la residencia que tenía ante mi, bien podría haber sido un reflejo
inconsciente materializado de la casona
en la que se inspiró Borges para construir su relato. Dude unos instantes, pero
sin considerarlo demasiado, me dirigí a la puerta de entrada y discretamente
manipulé el picaporte, comprobando que
la misma estaba sin cerrojo. El impulso de aventura fue muy estremecedor. Así que,
sin pensarlo más me aventuré a entrar,
arriesgándome a ser descubierto por algún morador furtivo de la vivienda. Sin
embargo el temor se disolvió rápido y sigilosamente comencé a deambular por las
vacías habitaciones, que mostraban una fisonomía misteriosa, atestadas de polvo
y colgantes telarañas. Un largo pasillo interior, me llevó a un estrecho y
oscuro cuarto que mostraba una abertura de la cual pendía una escalera, que apresuradamente
la asocié con la escalera del cuento de Borges. De improviso y como aguijoneado por un raro encantamiento caí
en un profundo letargo y en un acto de ensueño el rostro de Borges hizo su
aparición, irrumpiendo de las páginas de
un extraño libro, en cuya tapa principal tenía grabada la primer letra del
abecedario hebreo, el Aleph.
En forma misteriosa el libro descansaba en uno de los escalones
de la empinada escalera que llevaba a un extraño sótano, que estableciendo
analogías, tendría que ser el decimonono, si me apresuro a formular una sincronía. Pero confieso que de ninguna manera
conté los escalones. Lentamente me fui
aproximando al libro y mi mano temblorosa
lo deslizó un poco hacia un
costado del escalón e inesperadamente observé que un círculo luminoso se abría
en la oscuridad de la tabla, proyectando un intenso haz de luz, que hería
sin quererlo a mis anhelantes ojos que
lo recorrían ávidos.¡ Respiré hondo para
resarcirme de la sorpresa!. De pronto
del extraño libro, me pareció escuchar que una voz surgía de las amarillentas páginas
surcadas por el ineludible paso del tiempo, exhortándome a que acercara mi ojo
a la abertura de luz. Mi primer impulso fue huir por el desconcierto que me
produjo ese llamado inesperado. Pero reaccioné y titubeando puse mi ojo
izquierdo en ese pequeño orificio que no tendría más que dos centímetros de
diámetro. Tengo que confesar que la sorpresa fue enorme, y que un supuesto Aleph se me había hecho presente. Ante mí comenzaron a desfilar una multitud de
imágenes que danzaban caóticamente bajo mi
mirada atónita ante el espectáculo
de ese universo que se manifestaba como surgiendo de una nada absoluta. La verdad que lo que estaba sucediendo superaba en demasía mi capacidad de comprensión. Me quedé ensimismado con la vista fija en esa fastuosa danza de
símbolos. De improviso y como surgiendo de un profundo abismo una silenciosa palabra
me fue descifrando sus mensajes ocultos,
haciéndolos cada vez más comprensibles para mi débil entendimiento. En esa experiencia se conectaron en un
todo el microcosmos y macrocosmos, conformando infinitos mundos que se
superponían unos con otros, visualizándose en un punto y donde la idea de
tiempo expresada en una línea recta desaparecían, siendo todos los acontecimientos pasados, presentes y
futuros coexistentes. En el Aleph el todo del acontecer se revela simultáneamente. Un único punto ubicado en el espacio contiene todos los puntos y todos los
acontecimientos se dan en un único
instante. Desbordado por la experiencia no tuve la audacia de seguir
internándome en el círculo de luz que se me manifestaba como un algo
inconmensurable. Luego de un tiempo, y ya mas calmo me pregunté si verdaderamente ese había sido
mi Aleph o un Aleph imaginario, fruto de la fantasía. De lo que no dudé es que
fue una experiencia emparentada con lo místico, donde los límites de la experiencia
desbordaron las formas sensibles
del espacio y el tiempo dejando paso a una experiencia de la conciencia del absoluto bordeado con lo ilusorio, haciéndose
tangible lo incondicionado.
Hoy alejado de la multitudinaria Buenos Aires
me pregunto: ¿salí aquella fría tarde de invierno de mi confortable cuarto para
dirigirme involuntariamente a la calle Garay? Tal vez los hechos ocurrieron de
otra manera y solamente fueron la captura de visiones ficticias que se
escaparon del relato de Borges. Con lo
años los recuerdos se desdibujan y lo que creímos que eran verdaderas vivencias
son sólo una apariencia fantasmal de la
pura interpretación.
HÉCTOR ( 02-05-2012)
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