domingo, 6 de mayo de 2012


                            BORGES Y LOS LABERINTOS DEL INFINITO.
                           
                       El místico Alanus de Insulis concibió lo absoluto como una    
                       esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.


                                        Esa tarde estaba desocupado. Daba vueltas por mi habitación sin tener un objetivo preciso de lo que quería hacer. Sin embargo y sin dudar  me dirigí al armario donde guardo mis libros  y comencé a examinar los textos  que plácidamente descansaban en los estantes, a la espera de que alguien se aventurara a leerlos. Mi vista se detuvo en el Aleph de Borges. ¡Cuántos gratos momentos, se amontonaban en mi memoria conectada con la historia  de ese cuento! Los recuerdos me llevaron a los  días de juventud, donde caminar por las calles de Buenos Aires resultaba una placentera quiebra en una rutina que terminaba poblada de múltiples  ceremonias  mentales,  que generalmente  se entrelazaban  con algunos zarandeados pensamientos filosóficos,  que incontables veces y sin quererlo,  giraban alocadamente por mi cabeza, tratando de desentrañar sus recónditos significados.  Recuerdo que aquella fría tarde del mes de junio sin proponérmelo deliberadamente,  mis pasos se dirigieron  hacia la calle Garay. Bruscamente me detuve y en un inesperado chispazo irreflexivo, se me hizo presente el cuento  el Aleph. Mi marcha se detuvo frente a una vieja mansión, que por su aspecto  se me presentaba abandonada y haciendo un puente imaginario relacioné que la residencia que tenía ante mi,  bien podría haber sido un reflejo inconsciente materializado de la  casona en la que se inspiró Borges para construir su relato. Dude unos instantes, pero sin considerarlo demasiado, me dirigí a la puerta de entrada y discretamente manipulé el picaporte, comprobando  que la misma estaba sin cerrojo. El impulso de aventura fue muy estremecedor. Así que,  sin pensarlo más me aventuré a entrar, arriesgándome a ser descubierto por algún morador furtivo de la vivienda. Sin embargo el temor se disolvió rápido y sigilosamente comencé a deambular por las vacías habitaciones, que mostraban una fisonomía misteriosa, atestadas de polvo y colgantes telarañas. Un largo pasillo interior, me llevó a un estrecho y oscuro cuarto que mostraba una abertura de la cual pendía una escalera, que apresuradamente la asocié con la escalera del cuento de Borges. De improviso  y como aguijoneado por un raro encantamiento caí en un profundo letargo y en un acto de ensueño el rostro de Borges hizo su aparición, irrumpiendo  de las páginas de un extraño libro, en cuya tapa principal tenía grabada la primer letra del abecedario hebreo, el Aleph.
                                  En forma misteriosa  el libro descansaba en uno de los escalones de la empinada escalera que llevaba a un extraño sótano, que estableciendo analogías, tendría que ser el decimonono, si me apresuro a formular una  sincronía. Pero confieso que de ninguna manera conté los escalones.  Lentamente me fui aproximando al libro y mi mano temblorosa  lo deslizó  un poco hacia un costado del escalón e inesperadamente observé que un círculo luminoso se abría en  la oscuridad de la tabla,  proyectando un intenso haz de luz, que hería sin quererlo a mis  anhelantes ojos que lo  recorrían ávidos.¡ Respiré hondo para  resarcirme de la sorpresa!. De pronto del extraño libro, me pareció escuchar que una voz surgía de las amarillentas páginas surcadas por el ineludible paso del tiempo, exhortándome a que acercara mi ojo a la abertura de luz. Mi primer impulso fue huir por el desconcierto que me produjo ese llamado inesperado. Pero reaccioné y titubeando puse mi ojo izquierdo en ese pequeño orificio que no tendría más que dos centímetros de diámetro. Tengo que confesar que la sorpresa fue enorme, y que  un supuesto Aleph se me había hecho presente.  Ante mí comenzaron a desfilar una multitud de imágenes que danzaban caóticamente bajo mi  mirada atónita ante el espectáculo  de ese universo que se manifestaba como surgiendo de una nada absoluta.  La verdad que  lo que estaba sucediendo superaba en demasía  mi capacidad de comprensión.  Me  quedé ensimismado  con la vista fija en esa fastuosa danza de símbolos. De improviso y como surgiendo de un profundo abismo una silenciosa palabra  me fue descifrando sus mensajes ocultos, haciéndolos cada vez más comprensibles para mi débil entendimiento.  En esa experiencia se conectaron   en un todo el microcosmos y macrocosmos,  conformando infinitos mundos que se superponían unos con otros,  visualizándose en un punto y donde la idea de tiempo expresada en una línea recta desaparecían, siendo  todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros coexistentes. En el Aleph el todo del acontecer  se revela simultáneamente. Un  único punto ubicado en el  espacio contiene todos los puntos y todos los acontecimientos se dan  en un único instante. Desbordado por la experiencia no tuve la audacia de seguir internándome en el círculo de luz que se me manifestaba como un algo inconmensurable. Luego de un tiempo, y ya mas calmo  me pregunté si verdaderamente ese había sido mi Aleph o un Aleph imaginario, fruto de la fantasía. De lo que no dudé es que fue una experiencia emparentada con lo místico, donde los límites de la  experiencia  desbordaron  las formas sensibles del espacio y el tiempo dejando paso a una experiencia de la conciencia del  absoluto bordeado con lo ilusorio, haciéndose tangible lo incondicionado.
                                 Hoy alejado de la multitudinaria Buenos Aires me pregunto: ¿salí aquella fría tarde de invierno de mi confortable cuarto para dirigirme involuntariamente a la calle Garay? Tal vez los hechos ocurrieron de otra manera y solamente fueron la captura de visiones ficticias que se escaparon del relato de Borges.  Con lo años los recuerdos se desdibujan y lo que creímos que eran verdaderas vivencias son  sólo una apariencia fantasmal de la pura interpretación.

                                                     HÉCTOR ( 02-05-2012)

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