RITA MARZI
¿Qué será de tu vida, Rita? La última vez que nos cruzamos estabas muy desmejorada, con una delgadez preocupante. Sonreíste al verme y extendiste tu mano descarnada para saludarme ¡Qué distinta resultaba ser la persona que tenía ante mí a la chica con la que me solía ver habitualmente en el parque de Chivilcoy! ¡Ah! esos largos encuentros donde la fluida conversación brotaba de nuestros labios y sólo se interrumpía con el beso furtivo; hacían placentero el tiempo, que no lo registrábamos con las manecillas del reloj, sino con la intensidad de nuestras miradas que despedían el fuego sagrado del apasionamiento. ¡Cuántos proyectos! Cuántas horas sustraídas a los laberintos de los compromisos que se deslizaban en nuestra intimidad, aún no carcomida por la pesadumbre de los fracasos; donde siempre anclaba un futuro, lleno del fulgor del paraíso soñados en el refugio de la vieja casona junto al río, que en otro tiempo la había habitado Tomás, el hermano de mi padre y que la dejó abandonada cuando emigró al sur, buscando otros horizontes. ¿En qué momento se distanciaron nuestros destinos? Es difícil saberlo. Tus deseos de salirte de la rutina pueblerina, de conquistar otros mundos, fueron el bisturí que cortó la relación en una operación silenciosa, donde quedaron como despojos los sueños arrumbados como fantasmas en la vieja casa del tío Tomás. Te fuiste sigilosamente con rumbo desconocido y quedé desolado ante tu disimulada partida. Al poco tiempo las circunstancias me obligaron también a dejar Chivilcoy y Buenos Aires fue el lugar donde comenzaron a entrelazarse las nuevas ilusiones. La ciudad con todo su fulgor, llenaba mis ojos ávidos de fulgurantes novedades que se escondían en un sub mundo para ser explorado por aquellos que se aventuraran a desocultarlo. Distraídamente los pasos me llevaron a la calle Florida y me detuve en un local, donde prometían ver la desnudez de la mujer, insinuada en la danza inquietante de un strip tease. Una mujer sin rostro apareció por un lado del pequeño escenario circular y lentamente se fue quitando las prendas de su vestido, una a una, descubriendo un cuerpo curvilíneo y sensual. Sin embargo y a pesar de la luz mortecina que envolvía al escenario, encontraba en aquella mujer algo familiar que me recordaba algo y que en un primer momento no podía decir a qué se refería. Pero de pronto todo se iluminó y detrás de esa danza descubrí a Rita Marzi. El pasado se unió con el presente y se me manifestó en una clara intuición, el verdadero deseo que había impulsado a Rita hasta ese teatrito de la calle Florida. La función terminó prontamente y salí un poco desconcertado comenzando a deambular sin rumbo por la calle Corrientes, mientras una duda roía en mi mente. ¿Sería conveniente provocar aunque fuera en forma incidental un encuentro con Rita? Y el encuentro se produjo, no sé todavía si en forma casual o provocada de ex profeso. La descarnada mano de Rita se extendió y nuestros destinos ahora apartados se ligaron en las manos entrelazadas en el encuentro. Nos miramos fijamente, como si en esa mirada tendiéramos un puente entre lo que fue y el ahora de nuestras vidas. El cruce de palabras fue muy breve, como breve fue la reunión. El cómo te encontrás y el estoy bien, fueron los argumentos iniciales de un corto diálogo. La despedida fue rápida y un poco como huyendo de esa situación que sin buscarla se había tornado tensa. No hubo el estímulo de la promesa de un nuevo encuentro. El tiempo se deslizó en nuestras vidas. Volví ocasionalmente a Chivilcoy y me encontré con la hermana y la madre de Rita. Según me relataron ellas, Rita había enfermado gravemente del hígado según le había contado una amiga en una carta, pero que ella no había querido asumirlo y no admitía que se lo comunicaran a su familia. Me preguntaron si yo en algún momento la había visitado y apelando a la discreción no me atreví a narrarles la verdad sobre las circunstancias de nuestro encuentro. Han pasado varios años y el recuerdo de Rita es sólo una tenue imagen de una alargada y escuálida mano extendida, ahora en el vacío.
HÉCTOR
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